El COVID-19 es uno de los más
grandes retos que las sociedades cosmopolitas contemporáneas enfrentan. Siendo
una infección, posiblemente surgida en China, ha sido propagada con una rapidez
comparada solamente con la velocidad de nuestros múltiples medios de
información que al mismo tiempo propagan, en tiempo real, los estragos que va
desatando el padecimiento por donde brota. Una enfermedad global, aparecida en
un mercado en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, desata un desastre con
consecuencias múltiples: económicas, sociales y políticas. De Milán a Nueva
York, el mundo globalizado y las ciudades interconectadas se desgastan en una
carrera por sobrevivir no vista desde la Segunda Guerra Mundial, al menos en el
occidente desarrollado.
México, inserto en esa
sociedad, con una economía de manufactura de alta tecnología con un alto valor
agregado, depende completamente del comercio exterior tanto en varios insumos
como en la comercialización de las mercancías. Entorpecidas las cadenas de suministros, el
panorama a corto plazo se convierte en algo más oscuro de lo previsto, pues,
enfrentando una crisis económica mundial, el flujo de mercancías como las que
nuestro país produce tendrán serios golpes. Salvo la industria agroalimentaria,
quizá otras tan importantes como el turismo, la de autopartes y la aeronáutica,
no puedan cantar ninguna victoria salvo con el apoyo gubernamental ?el cual ha
dicho que no lo hará-, si se facilitaran recursos para evitar el colapso de
sectores estratégicos de la vida económica en lo que la crisis se va diluyendo.
Lo más temible, y lo saben
varios gobiernos, será el castigo que recibirán en las urnas en caso de no
poder controlar la pandemia. La propia China, aterrorizada, contempla un
malestar social sin precedentes que merman la legitimidad de un sistema
despótico que, por más que logró controlar en su territorio la propagación del
mal, no pudo evitar la filtración de información sobre la violencia con que
trató de acallar las denuncias de testigos que contradecían el secretismo
comunista, y evidenciar las aparentes torpezas y crueldades con las que ese
sistema acostumbra a enfrentar sus crisis.
Se ha mencionado que la
facilidad de un régimen despótico para confrontar contingencias como estas, es
mejor por la capacidad de movilizar grandes recursos; sin embargo, es
justamente en estos momentos donde las torpezas también son evidentes. El caso
chino, a pesar de todo su poder, enfrenta una crisis de opinión pública que
tampoco los sistemas democráticos en occidente pueden hacer a un lado. Los
sistemas sanitarios colapsados son tan evidentes que el terror y odio social
pueden comenzar a generar crisis legitimadoras de las que México no se puede
escapar.
México,
debilitado en su estructura institucional y gracias a las torpezas del nuevo
mandatario, entró en decrecimiento desde inicios del 2020. El presidente, que
justifica su despotismo institucional con un combate sin precedentes a la
corrupción, ha aplicado medidas draconianas, sustentadas en oprobios de sí
mismo, donde jamás se nos debe de olvidar cómo fue su trato al sistema de
salud, al que cortó fondos sin misericordia alguna. Quepa decirlo, nadie podrá
salir limpio de la tormenta de legitimidad perfecta para que el otrora poderoso
y genuino gobernante ofrezca una irrefutable prueba a propósito de su
incapacidad para enfrentar una tragedia.
Autor: Dr. Luis Alberto Monteagudo Ochoa | Catedrático
Distinguido 2019.
Fotografía: Drobotdean /
Freepik
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Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la posición oficial de los Colegio La Salle de seglares, la Preparatoria La Salle del Pedregal o la Universidad Del Pedregal.